Lo conmovedor.
Parece que da un poco de reparo enjuiciar una obra por su capacidad de ‘conmover’. El otro día mantuve una discusión tuitera acerca de esto. Entiendo la postura, ¿eh? Comprendo que es un viejo truco, que es jugar con cartas marcadas, que es un recurso fácil. De hecho, me fastidia bastante su utilización a la ligera, claro. ‘Conmueve’, es ‘bueno’; ‘no conmueve’, es ‘malo’. Hombre, no.
Ahora bien, desterrar una categoría semejante de la crítica artística no es de recibo. Y más si nos encontramos con una obra que, cojones, es conmovedora, y analizamos sus mecanismos y encajamos la pieza en todo el engranaje. Digo yo.
En este caso, ‘Wilson’, de Daniel Clowes, me resultó conmovedora. Qué queréis que os diga. Os advierto que paso de meterme en berenjenales formales… bueno venga: es la puta hostia, menudo dibujante. Hala, ya.
Y ahora os cuento lo quería deciros al principio.
La publicación de ‘Wilson’ propició que algunos críticos manifestaran su hartazgo, porque consideraban que era la enésima repetición de un modelo enquistado en el seno de la novela gráfica (ese tipo de teb… perdón, ‘formato’ que arrastrará al cómic al fondo del abismo), el personaje-con-problemas-qué-cosa-más-triste.
A mí me pareció otra cosa. Para empezar, me reí un montón.
Wilson es un personaje vivo. Esos son los buenos. Es un tipo bastante desagradable. Es el tío más listo del barrio. O eso cree él. Ama a su perrita, odia la gente. Ya sabéis como va.
Y sin embargo… sin embargo, Wilson es conmovedor. A medida que avanza la cosa, a medida que te ríes con sus burradas y sonríes con sus putadas, observas que Wilson tiene los mismos miedos que todos nosotros y es tan inseguro como el que más.
Y al final… al final, te conmueves con ese pobre desgraciado que comprende que la vida es mucho más sencilla de lo que parece. Que para enfrentarte a la vida no tienes que enfrentarte a los que la viven.
El amor, hostia, si es que es tan fácil como eso.
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