Nell Brinkley fue una dibujante tan moderna y tan espectacular que uno no entiende cómo es que hoy apenas la recuerden un puñado de connoiseurs.
Ayer tuve la fortuna de tener en mis manos un libro que recopila un buen montón de páginas de la susodicha. Lo ha sacado Fantagraphics y se llama ‘The Brinkley Girls’. Pues poca broma, amigos. Menuda cosa extraordinaria.
Venga, coordenadas: 1907, New York, una oferta del Evening Journal de Hearst y allí que llega la Brinkley desde un pueblecito de Colorado, ni veinte años tiene, dispuesta a comerse la Gran Manzana con sus dibujos. Un diamante que ya había brillado en la prensa de Denver y que Hearst quiere que resplandezca bien hermoso en sus cabeceras.
Y vaya si lo hará. Su cobertura ilustrada de un célebre juicio de la época la catapulta a la fama. Pero a la fama, fama, ¿eh? Sus dibujos de señoritas estilosas se popularizan tanto que dan nombre a canciones de revistas de Broadway y se lanzan líneas de rulos Brinkley para el pelo. El éxito la acompaña hasta su retirada voluntaria a finales de los treinta, cuando reconoce que su material ya no está en sintonía con la nueva sensibilidad pulp.
Bueno, ¿y qué pasa con sus dibujos, qué tienen de especial? Pasaos primero por aquí y echad un vistazo, luego seguimos.
¿Ya? ¿Qué, cómo os habéis quedado? Una maravilla, socios. Menuda mano. Qué mujeres más vivas.
Y es que en ese momento, el canon de lo femenino es el establecido por C.D. Gibson: señoras rotundas, pero lánguidas. Guapas, pero sosas. Con esa caída de ojos que las sitúan en una dimensión inalcanzable. Señoras, en fin, dibujadas por un hombre que desea poseerlas.
En cambio, las Brinkley girls tienen salero, son alegres, coloridas, cotidianas, sandungueras y expresivas. Por todo eso, la obra de Brinkley es una de las primeras manifestaciones de auténtico tebeo femenino (digo tebeo, sí, porque creo que algunas de sus páginas tienen un diseño que es puritito cómic, troncos).
Y es que, si bien Gladys Parker o Dale Messick ya estaban en el negocio, pues qué queréis que os diga, me decís ahora que eran pseudónimos de dos julais con bigote y tirantes, y me lo creo. Pero la Brinkley… ay, la Brinkley es tan sexy, tan elegante, tan pizpireta, tan personal y tan detallista, que a mí me resulta inevitable pensar que esos dibujos los tiene que haber hecho una tía.
Y no una cualquiera: una de las buenas.
PS UNO_Ilustro el post con un dibujo que hizo que ayer me explotara la cabeza, este Príncipe Valiente en los Días del Rey Arturo quince años antes. Foster… ¡qué te han visto!
PS DOS_Ahora que lo pienso, y es que no sé cómo meterlo en el texto, la Brinkley es el resultado de una pelea entre Gibson y John Held Jr. (éste era malo también), en la que al final gana Held Jr., no sé si me explico.
PS TRES_Y claro, gracias Pepo, gracias Santiago.
1 comentario:
Los tentáculos de Hearst eran realmente largos y exquisitos...Una nueva manifestación del "American Dream" según redactas su llegada al pueblito y la irrupción en la gran ciudad.
El PV ese es realmente chulo.
Impacientes Saludos.
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